Quédate Abel, zarapiqueando en Santa Clara.
Guardada como una sentencia cómplice entre amigos. admiradores y autoridades la decisión de otorgar en Villa Clara un reconocimiento a Abel Prieto Jiménez, narrador y Ministro de Cultura, rompió el celofán del silencio anoche en el amplio y bello patio de la Casona que la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC, tiene en la calle Máximo Gómez de Santa Clara.
Sucede que todos saben de la modestia sin alardes de moralidad y de la sencillez picante de la cubanía con que calza y camina por la vida y el trabajo el alto, melenudo y sonriente intelectual nacido hace 62 años en Pinar del Rio, al occidente de Cuba.
Por eso se lo tenían callado, no por el temor a un rechazo del ministro amigo de tantos artistas e intelectuales pues Abel no es de los que hace desplantes ni pone zancadillas a los amigos, sino porque quizás se empeñara en convencerlos de que lo dejaran para más adelante, que a esa hora de la noche ya estaba muy cansado por la dura jornada del día o simplemente que lo dejaran para cuando cesara en su larga, y fecunda digo yo, función de titular de cultura en un país tan cultural.
Pero ya todos habían decidido hacerlo y le tendieron una trampa en un lugar al que él siempre llega cuando viene a Santa Clara: la Casona de la UNEAC de la que él es también un mecenas.
Y como se trata de un personaje, que sin creerse personalidad, se ha pasado la vida y los cargos rompiendo esquemas y confabulándose para el bien, pues entonces había que prescindir del formalismo de la lectura de la resolución del Gobierno Provincial, de los por tantos y por cuantos que le habrían machacado los oídos al ministro al recordarle el exitoso y tortuoso camino de su titularidad y le habrían avivado la “sana envidia” al constatar en su currículum mucho menos libros de los que hubiera querido, y podido, escribir y publicar.
Entonces apareció una idea tan singular como salvadora nacida de la mente inquieta de Ramón Silverio, ese ministro sin cartera de la promoción cultural en la república de todos que es El Mejunje, que consistió en una carta abierta de los intelectuales, artistas, escritores, directivos y gente buena que ama, respeta y admira al escritor y gran promotor cultural Abel Prieto Jiménez, quien también y para bien, es el Ministro de Cultura de Cuba.
Contando con su inocencia, y bajo las estrellas de una noche fresca y nueva de febrero, le leyeron la carta en la que, más que comunicarle la distinción oficial, le hacían una invitación tan honesta como físicamente imposible: quédate Abel, en Santa Clara.
Por supuesto nadie le pedía al amigo ministro que se mudara a la más central de las ciudades cubanas, ni que dejara su hogar habanero capitalino para cobijarse en uno a la vera de las estrechas calles santaclareñas, ni mucho menos que abandonara la “pinareñidad” que él asume con tanto orgullo como humor, no, nadie pedía eso.
Quédate Abel, en Santa Clara, era simplemente la forma sencilla, sincera y fraterna de invitarlo a que siguiera compartiendo, y porqué no apoyando hasta donde pueda, los sueños y obras artísticas y humanas de una ciudad, una provincia, un lugar de Cuba al que lo unen tantos lazos de trabajo y sentimiento, y donde su proyección de ministro y escritor encontró oídos y manos receptivas en creadores y autoridades.
Quédate Abel, en Santa Clara, decía varias veces aquella carta rompiendo el silencio de la noche y de todos y encajándose en la mirada callada de un invitado tan indefenso como agradecido.
Y como dolía saber la irrealidad tangible de la propuesta apareció entonces otro ofrecimiento tan comprometedor como la invitación de la carta y es que aceptara, llevara, la Distinción Zarapico, que es el máximo galardón cultural de Villa Clara en recordación de aquel otro ministro sin cartera de la cultura esencial de los cubanos que fue Samuel Feijoo, aquel que se enorgullecía de ser un sensible zarapico.
Entonces el alto y melenudo hombre, escritor y ministro se acercó a Aida Ida Morales, una vieja maestra de la plástica santaclareña, alumna hasta la médula de Feijoo quien le obsequiara un cuadro donde estaba dibujado un bicho rarísimo, no se sabe si un güije, una madre de agua o quizá el propio Abel visto en el espejo imprevisible del ajiaco cubano.
Todos aplaudimos aunque sabíamos que “no se iba a quedar”.
Entonces nos dijo “ Lo recibo con mucho orgullo, esta es una ciudad trascendente y visitar a Villa Clara resulta una alegría infinita”
Al final y para invitarlo otra vez, nos quedamos escuchando al Cuarteto de Maykel y su fabulosa cantante Mayela.
Después todos nos fuimos con la invitación sin respuesta, pero con la certeza de en algún rincón de su casa o su oficina se mirará en el cuadro, quizá su retrato, como recordándole que lo esperamos así, zarapiqueando en Santa Clara.
0 comentarios